(En el transcurso de la batalla de Trafalgar, a bordo del Antilla)
"—La gente se está portando de dulce, mi comandante.
—Ya lo veo.
Pues claro, piensa Rocha. Cómo si no. Al final, a regañadientes, blasfemando en arameo, en esta pobre España (tu regere imperio fluctus, tócame el cimbel) es lo único que nos salva de la vergüenza absoluta: la gente. A ver de qué otra manera se explica que, pese a la superioridad que tienen los ingleses desde hace siglo y medio, hayamos mantenido la cara durante todo este tiempo: la puntual conexión naval con América, la defensa de Cartagena de Indias contra Vernon, la victoria de Navarro en Tolón, la defensa que hizo Velasco del Morro de La Habana, las expediciones científicas, los escritos de Jorge Juan, la cartografía de Tofiño, la expedición de Argel o la de Santa Catalina, los jabeques de Barceló, el acoso de las costas inglesas, la presión sobre Jamaica, la toma de San Antíoco y San Pedro, la defensa de Tolón, de Rosas, de El Ferrol, de Cádiz. O puesto a que te rompan los cuernos como a un señor, el combate de Juan de Lángara entre los cabos San Vicente y Santa María, cuando con el navío Fénix quiso cubrir la retirada de su escuadra y estuvo ocho horas batiéndose contra varios navíos ingleses a la vez, hasta que al fin arrió bandera, herido el comandante, el buque desarbolado y casi toda la tripulación muerta o herida. Con un par. Y todo eso, piensa amargo Carlos de la Rocha, y lo anterior, y lo de siempre, a pesar de los malos gobiernos, el desorden y la desidia, lo ha hecho la gente. Esta misma pobre gente. Hombres mal pagados, mal tratados, como los que hoy luchan en el Antilla. Infelices buenos vasallos que nunca tuvieron buenos señores. Porque por encima de los Barceló y los Lezo y los Velasco hubo siempre canallas como los ministros y funcionarios de marina que, para remediar la falta de tripulantes durante la anterior guerra con Inglaterra, anunciaron indultos para prófugos y desertores prometiendo tres onzas de oro a los voluntarios, pagar a todos los hombres de mar sus sueldos y asignaciones, y no alistarlos en buques de guerra más que bajo determinadas condiciones. Pero cuando esos desgraciados se presentaron, rio se les pagó lo prometido, obligándolos a combatir en condiciones que equivalían a esclavitud perpetua. Dejando además sin marineros a barcos de pesca, mercantes y corsarios. Y claro. Al estallar la nueva guerra, los matriculados, resabiados, dijeron: anda y que se presente el cabrón de tu padre."
¿No sentís vosotros lo mismo?
"—La gente se está portando de dulce, mi comandante.
—Ya lo veo.
Pues claro, piensa Rocha. Cómo si no. Al final, a regañadientes, blasfemando en arameo, en esta pobre España (tu regere imperio fluctus, tócame el cimbel) es lo único que nos salva de la vergüenza absoluta: la gente. A ver de qué otra manera se explica que, pese a la superioridad que tienen los ingleses desde hace siglo y medio, hayamos mantenido la cara durante todo este tiempo: la puntual conexión naval con América, la defensa de Cartagena de Indias contra Vernon, la victoria de Navarro en Tolón, la defensa que hizo Velasco del Morro de La Habana, las expediciones científicas, los escritos de Jorge Juan, la cartografía de Tofiño, la expedición de Argel o la de Santa Catalina, los jabeques de Barceló, el acoso de las costas inglesas, la presión sobre Jamaica, la toma de San Antíoco y San Pedro, la defensa de Tolón, de Rosas, de El Ferrol, de Cádiz. O puesto a que te rompan los cuernos como a un señor, el combate de Juan de Lángara entre los cabos San Vicente y Santa María, cuando con el navío Fénix quiso cubrir la retirada de su escuadra y estuvo ocho horas batiéndose contra varios navíos ingleses a la vez, hasta que al fin arrió bandera, herido el comandante, el buque desarbolado y casi toda la tripulación muerta o herida. Con un par. Y todo eso, piensa amargo Carlos de la Rocha, y lo anterior, y lo de siempre, a pesar de los malos gobiernos, el desorden y la desidia, lo ha hecho la gente. Esta misma pobre gente. Hombres mal pagados, mal tratados, como los que hoy luchan en el Antilla. Infelices buenos vasallos que nunca tuvieron buenos señores. Porque por encima de los Barceló y los Lezo y los Velasco hubo siempre canallas como los ministros y funcionarios de marina que, para remediar la falta de tripulantes durante la anterior guerra con Inglaterra, anunciaron indultos para prófugos y desertores prometiendo tres onzas de oro a los voluntarios, pagar a todos los hombres de mar sus sueldos y asignaciones, y no alistarlos en buques de guerra más que bajo determinadas condiciones. Pero cuando esos desgraciados se presentaron, rio se les pagó lo prometido, obligándolos a combatir en condiciones que equivalían a esclavitud perpetua. Dejando además sin marineros a barcos de pesca, mercantes y corsarios. Y claro. Al estallar la nueva guerra, los matriculados, resabiados, dijeron: anda y que se presente el cabrón de tu padre."
¿No sentís vosotros lo mismo?
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