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Más allá del oro olímpico


Ganar una medalla de oro en unas olimpiadas no es poca cosa; las lágrimas de muchos deportistas al recibir este galardón en lo más alto del pódium son prueba de ello. Detrás de cada una hay muchas horas de renuncias. Si no, que se lo pregunten al nadador Michael Phelps, ganador de ocho medallas de oro, al corredor jamaiquino Usain Bolt, al tenista español Rafael Nadal o al boxeador italiano Roberto Camarelle: todo por una medalla de oro.

Pero hace 72 años, en las olimpiadas de Berlín, un deportista, además de su medalla de oro, ganó algo mucho más valioso. Algo que cambió su vida.

Verano del año 1936, Olimpiadas de Berlín. Las competencias se desarrollaron en un ambiente tenso por la situación política. La presencia de Adolf Hitler en el estadio olímpico fue muestra de ello.

Un atleta sobresale entre los demás deportistas, causando furor en todos los asistentes: el así llamado “Antílope de Ébano”. Éste fue el apodo que recibió James Cleveland Owens, un deportista de color de los Estados Unidos. “Jesse” Owens, como también se le conocía, ganó la medalla de oro en las carreras de 100 y 200 metros lisos, en relevos de 4x100 metros y en salto de longitud. La lucha contra los atletas alemanes fue “a muerte”.

En la competencia de salto de longitud aconteció un evento extraordinario, que dejó perplejos a propios y a ajenos. La lucha por la victoria se desarrollaba entre los dos favoritos: Jesse Owens, 23 años, de origen humilde y proveniente del estado Alabama y el atleta alemán Lutz Long, 22 años, alto, rubio, de ojos azules, proveniente de Leipzig y prototipo de los deportistas alemanes.

En la fase de clasificación para la final, Lutz Long ya había batido el record olímpico mientras Jesse Owens llevaba ya dos saltos nulos. Uno más y sería descalificado de la competencia. En ese momento, y bajo la mirada de 110.000 espectadores del estadio de Berlín, Long se acercó a Owens que estaba sentado, abatido, en el césped. Le aconsejó que tomara el salto con mucha distancia sin arriesgar tanto como lo había hecho en los dos primeros. Llegó incluso a marcar con una camiseta el punto desde el que sugería saltar.

La situación era realmente insólita. En su tercer salto Jesse siguió los consejos de Long e hizo un magnífico salto que le dio el paso para la fase final que se desarrollaría al día siguiente.

En la final Long hizo una marca personal de 7,87m. Owens superó esta marca con un salto de 8,06 m. Establecía así un nuevo récord olímpico y se llevaba la medalla de oro.

Nada más realizar este salto, delante de todo el estadio y del mismo Hitler, Long fue el primero en felicitar y abrazar efusivamente a Jesse Owens y le acompañó hasta los vestuarios.

Dos atletas, dos colores, dos razas, dos ideologías, dos personas, dos corazones se unían en un fuerte abrazo. Por encima de los propios intereses surgía algo más fuerte.

Long no consiguió la medalla de oro, pero ganó algo que no tenía precio: la amistad profunda de otra persona, que duraría hasta el final de su vida en 1943. Después de la muerte de Long, Owens viajó a Alemania para conocer la familia de Long y siempre se preocupó de su bienestar.

Owens diría posteriormente: "Podrían fundir todas las copas y medallas que he ganado, pero no valdrían tanto como la amistad de 24 quilates que gané con Lutz Long en ese momento".

Fuente:“The Jesse Owens Story”, (autobiografía), 1970

Vía Catholic.net

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