Enemigos de la Semana Santa
Pablo G. Souto
Sobra el nazareno que no suelta un céntimo en el cepillo de su parroquia y puja por mil euros en la subasta de un banzo. El que falta a Misa los domingos y en Semana Santa se sienta en primera fila. El que besa una estampa y blasfema. El chulo de gimnasio que se cree un machote por cargar a sus hombros un paso. El presumido que se levanta la capucha con descaro para que todos los que están alrededor reconozcan quién es.
El turista impertinente que rompe la fila de una procesión al cruzar la calle con tal de no hacer un rodeo. Los que comen pipas mientras pasa delante de ellos un Cristo crucificado.
El paisano fanático que se obsesiona con la Semana Santa y habla de ella fuera de temporada, hasta decir basta, todo el año, a destiempo, cuando no toca, como Navidades en Julio. El paleto que reduce las procesiones a mero folclore pachanguero y les quita espiritualidad. El burócrata que exige credencial para participar en una tradición y si no te quedas fuera.
El oportunista que pretende convertir las procesiones en una manifestación política en la que los nazarenos lleven un lazo blanco contra una medida gubernamental. Ya puestos, pues que sustituyan los estandartes de las Hermandades por pancartas y las tulipas por silbatos. Únete, no nos mires.
Los superconquenses que se consideran más de Cuenca que nadie porque se alistaron a una Hermandad. Los chovinistas que comparan la Semana Santa de su ciudad con la de los demás.
Los hipócritas que censuran que se llame «procesión de los borrachos»-vox populi- a la del Camino del Calvario. Los pintas, quinquis, horteras, macarras, zarrapastrosos, toda esa morralla que viene de quién sabe dónde para hacer el gamberro en la madrugada del Viernes Santo. Eso es lo que sobra. Por lo demás, a mí me parece perfecta la Semana Santa en Cuenca, de verdad que sí.
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